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...¡MENUDAS HISTORIAS!

CARNAVAL


El Carnaval y el Hotel La Perla fueron de la mano durante muchos años, especialmente en las dos últimas décadas del siglo XIX y primeros años del XX.

Era Pamplona a finales del siglo XIX una ciudad de clérigos y de militares, de obreros y de muy pocos estudiantes… Una ciudad que en ese momento levantaba en sus proximidades, y para su protección, el impresionante Fuerte del Rey Alfonso XII (popularmente conocido hoy como el Fuerte de San Cristóbal). Una ciudad de hortelanos y de cordeleros, con marcado acento rural; de hecho, según el censo del 15 de febrero de 1899, existían dentro de la ciudad un total de 183 vacas de leche, 114 terneras, 30 cabras y 9 burras.

Pero ante todo Pamplona era una ciudad en la que la religión había calado hondamente. La religiosidad popular era algo real y palpable. Los vecinos de la ciudad repartían su militancia entre cofradías, archicofradías y congregaciones piadosas. Allí estaba, cada día, igual que hoy, la Congregación de Esclavos de Santa María, celebrando todas las tardes en las naves catedralicias, con sus faroles y sus estandartes, el bellísimo Rosario de los Esclavos, que a tanta gente atraía. Especial fuerza tenía también la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, también vigente hoy, con sede en la iglesia de Santo Domingo, que tenía más socios en Pamplona que los que hoy pudiera soñar cualquier partido político.


Carnaval y desagravios

Es así como en esta ciudad, y en este ambiente religioso, el 11 de febrero de 1899 se publicaba y se pregonaba en las calles de Pamplona el acostumbrado bando para los días de Carnaval.

Ya para entonces, durante la segunda quincena de enero, el Centro de Obreros había ensayado sus tradicionales veladas lírico-dramáticas que se habrían de celebrar durante los días de Carnaval en los locales del “Centro Escolar Dominical de Obreros” con el sano fin de retirar a los jóvenes de las diabólicas fiestas del Carnaval.

Antes de la lectura del pregón se anunció también la convocatoria para las Cuarenta Horas, o funciones de desagravio, a celebrarse durante el domingo, lunes y martes de Carnaval en la iglesia parroquial de San Saturnino; a la vez que se anunciaban solemnes cultos en la iglesia de las reverendas Madres Carmelitas Descalzas que tendrían lugar durante los días de Carnaval y de Cuaresma. No faltaron tampoco para esos días celebraciones de triduos y otros cultos reparadores en señal de desagravio a las ofensas que la religión recibiría esos días. El triduo de desagravios que más gente congregó durante el Carnaval fue el convocado por la Archicofradía de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón, que se celebraba en la capilla del monasterio de la Visitación de Santa María, de las Madres Salesas.

El primer día del triduo era el Domingo de Quincuagésima (domingo de Carnaval), y este año, además del mencionado de las Madres Salesas, destacaron también los triduos y los solemnes actos celebrados en San Saturnino, en las Carmelitas, y en San Agustín. Era este domingo el primer día de Carnaval en la ciudad.

Los bares y los cafés eran el escenario principal de estas celebraciones festivas, aunque normalmente aquellos que permanecían abiertos después de la puesta de sol eran considerados como claramente escandalosos. Y es que la puesta del sol era el momento límite para exhibir caretas y disfraces, quedando prohibidos a partir de ese momento.

La careta tenía mucha más importancia que el disfraz, de hecho, el uso irreverente de este último era el que había generado un rechazo social importante hacia estos festejos. Durante siglos no se conoció otro disfraz que el de pobre o de rico (los pobres se disfrazaban de ricos y viceversa), sin embargo en estos últimos años del siglo XIX aparecieron esporádicamente algunos falsos clérigos y militares que perturbaron y sentenciaron la aceptación social de estos divertidos festejos, hasta el extremo de que las propias ordenanzas municipales prohibieron expresamente el uso de este tipo de disfraces, tal y como puede verse en las Ordenanzas Municipales de la Policía Urbana de Pamplona, que en su artículo 32 decía: Se prohíbe también en todas partes el uso de vestiduras de Ministros de la Religión y personas constituidas en clausura, de los trajes de los funcionarios públicos y de los militares, de insignias y condecoraciones y de armas, aunque lo requiera el traje que se llevare. Igualmente se prohíbe presentarse en público con trajes indecentes y usar de palabras y acciones que ofendan al decoro y a la moral (…)”.

La prensa local gozaba en estos días destacando, como una consecuencia del Carnaval, los abusos y delitos que en esos días se sucedían en la capital; solamente el día 14, Martes de Carnaval, podían leerse, entre otras noticias: “Denunciado un sujeto por escandalizar en la vía pública y encontrarse embriagado… Denunciados cinco sujetos por insultar a un municipal… Denunciado un sujeto por blasfemar y cantar canciones indecentes…”.


Hotel La Perla

En medio de tanta prohibición y de tanta irrespetuosidad brillaba con luz propia el céntrico Hotel La Perla quien, desde unos años antes, había apostado decididamente por una sana recuperación popular de las fiestas del Carnaval. Si en 1885 este hotel fue capaz de abrir sus puertas a los enfermos del cólera cuando las demás fondas las cerraban, con el Carnaval hicieron algo similar; y en 1899 el Hotel La Perla no entendió de puestas de sol ni de tantas otras limitaciones. Siempre que uno se disfrazase con buen gusto, sin caer en innecesarias irreverencias, sabía que en el Hotel La Perla iba a gozar de un buen ambiente festivo hasta bien entrada la madrugada. Destacaban, por su popularidad, las tradicionales cenas de Carnaval, pensadas y concebidas para las clases humildes. La labor de este establecimiento hotelero contribuyó, sin ninguna duda, a dignificar, sanear y popularizar las fiestas de Carnaval; buena prueba de ello es que, pese a saltarse todas las prohibiciones, la autoridad hacía la vista gorda a esta ilegalidad, tal vez por entender que este hotel, responsablemente, canalizaba unos ímpetus festivos que, de otra manera tenderían a desbordarse por las calles de la ciudad con las consiguientes alteraciones.


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